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La història del circ a Barcelona. Del Segle XVIII al 1979

BECH I BATLLE, Ramon
Barcelona, Viena Edicions y Ajuntament de Barcelona, 2015.

Pepelú Guardiola Institut del Teatre de Barcelona
La història del circ a Barcelona. Del Segle XVIII al 1979.

Ramon Bech (Figueres, 1967) nos invita a un apasionante y apasionado viaje a través de la época dorada del circo en la ciudad de Barcelona. El libro tiene su origen en una pequeña edición de 1947, El Circo en la vida barcelonesa, de Antoni Rué Dalmau, de la editorial Casa Milà, que actúa como detonante para el autor, quien encuentra línea de continuidad en las crónicas de tres periodistas –y críticos de circo– de la Barcelona del siglo XX, Joan Tomàs, Sebastià Gasch y Jordi Elías.

La primera noticia documentada de la presencia de una compañía de volatines en Barcelona es de 1719, cuando Jacomo Ranaud actúa en el Teatro del Hospital de la Santa Creu. Es un antecedente importante que informa de la presencia en la ciudad de compañías de acróbatas, contorsionistas, equilibristas, malabaristas, mimos, payasos y titiriteros; nómadas marginales y desarraigados que se ganaban la vida como podían, en clara competencia con el Teatro que, por su vinculación benéfica con el Hospital, gozaba de privilegios reales que limitaban su presencia durante los periodos de representación teatral.

Es en la Inglaterra del último tercio del siglo XVIII donde Philip Astley, jinete y militar de carrera, concibe un nuevo formato de actuación incorporando a la exhibición ecuestre elementos propios de aquellas compañías de saltimbanquis y cómicos del arte. En un nuevo concepto del espacio, que pasa a ser circular, Astley, combina lo ecuestre, lo gimnástico y lo teatral y de esta alquimia nace la palabra “circo”, detectada, según Bech, por primera vez en Barcelona el 2 de agosto de 1825 en la presentación del Circo Olímpico del Sr Auguste.

El libro, estructurado en siete capítulos y dos anexos, es el resultado de muchas horas de hemeroteca y visitas a los diferentes archivos de la ciudad, así como al acceso que el autor ha tenido a las libretas de notas e infinidad de negativos del historiador y fotógrafo, gran aficionado al circo, Josep Vinyes. El autor, cofundador junto a Genís Matabosch de la Circus Arts Foundation, pone orden a todo este material con una mirada que, trascendiendo el ámbito local, permite ubicar al lector en el contexto de la actividad circense internacional.

La Plaza de Toros de la Barceloneta (1834), también conocida como El Torín, se convierte en un espacio idóneo para la exhibición ecuestre y gimnástica, así como para una de las grandes atracciones del siglo, la elevación de globos aerostáticos. Más tarden vendrán la Plaza de Toros de las Arenas (1900) y la Monumental (1914), dos espacios emblemáticos. La desamortización de Mendizábal (1836), con la consiguiente expropiación y subasta pública de una importante cantidad de bienes eclesiásticos, provoca una transformación de la ciudad. Según José Coroleu, citado por el autor, “todos estos conventos con sus correspondientes huertos y vergeles cercados de tapias, los conventos de monjas y las fortalezas y cuarteles ocupaban  de seguro mucho más  de la mitad del área total de la ciudad” (p 38). Es sobre el solar que la Iglesia y el convento de los Trinitarios descalzos habían ocupado en la Rambla donde se construye el Gran Teatre del Liceu (1847). Allí actúan el trapecista Jules Léotard y el funambulista Blondin, famoso por ser el primero en pasar, en 1859, las Cataratas del Niágara. Y será en el Liceu donde un siglo más tarde, en 1963, se ruede la secuencia del domador de leones de la película El fabuloso mundo del Circo, de Henry Hataway.

A mediados del siglo XIX, los principales espacios de exhibición se concentran, según el autor, en cuatro zonas: el centro histórico, la plaza de toros de la Barceloneta, la explanada de la Plaza de Cataluña y el incipiente Paseo de Gracia, una zona de ocio emergente donde proliferan jardines y parques de atracciones. Destacan programaciones como las del Teatro Circo Barcelonés (1854), un teatro de doble uso cuya platea se desmontaba con relativa facilidad, o el Gran Circo Real de Turín (1860). La implantación de la vela con un mástil central, el también llamado “paraguas”, permite abaratar costes de transporte y montaje. El Price es el primer circo “ambulante” que en 1864 presenta en Barcelona un espectáculo con esta nueva estructura. Durante este periodo triunfan las Ménageries o ferias de exhibición de animales exóticos –un paso previo a la incorporación de las fieras al circo– como la que el domador Bidel instala en 1877 en un solar de la Gran Vía, donde se encuentra el Hotel Avenida Palace en la actualidad. La presentación en 1889 del mítico Buffalo Bill’s Wild West se convierte en todo un acontecimiento, en lo que constituye, según el autor, una de las primeras grandes campañas publicitarias de los EEUU en la Europa de finales del siglo XIX.

El libro de Ramon Bech, un gran conocedor del mundo del circo, con sus 450 páginas, es un extenso y riguroso trabajo de investigación que llena un vacío historiográfico importante en la materia. Numerosas notas explicativas, ordenadas por capítulos, complementan la lectura. Uno de los dos anexos es un gráfico exhaustivo y pormenorizado de todos los circos ambulantes instalados en Barcelona entre 1922 y 1979. Es un libro que entretiene, no solo por lo que se cuenta sino por cómo se cuenta, una auténtica delicia. La edición y maquetación es excelente: más de doscientas imágenes, inéditas muchas de ellas, nos retrotraen a un tiempo pasado espectacular. El auca de volatines, de 48 viñetas, es un auténtico regalo; podemos ver grabados, dibujos y acuarelas, planos y maquetas de proyectos, carteles publicitarios, programas de mano de auténtico coleccionista, retratos entrañables o fotografías de una Barcelona circense desconocida. Estamos, sin duda, ante un libro pensado para la vista.

En el último tercio del XIX, Barcelona experimenta un importante proceso de industrialización y crecimiento urbanístico y demográfico. Gil Vicente Alegría y Arturo Chiesi saben leer ese momento y construyen en la Plaza de Cataluña el primer gran circo estable de la ciudad: el Circo Ecuestre Barcelonés (1879-1895). Allí se presentan grandes pantomimas como Las glorias españolas y los héroes catalanes, una patriótica escenificación donde se recrea la guerra de África entre España y Marruecos (1859-1860). Si la Plaza de Cataluña es el epicentro del ocio de la burguesía, el Paralelo lo es de la clase obrera, donde triunfan las pantomimas de los Hermanos Onofri en el Teatro Circo Español (1900) o la troupe de la Familia Frediani en el Teatro Cómico (1905). Pero nada será comparable a la visión del hombre bala sobrevolando la gigantesca carpa del Teatro Circo Olympia de la Ronda de Sant Pau (1924-1947), un espacio con capacidad para 5600 localidades con asiento, obra del arquitecto Francesc Folguera i Grassi.

Finalizada la Primera Gran Guerra, la difícil situación económica provoca que muchas compañías busquen refugio en Barcelona. Algunos de los mejores circos del mundo, como el Krone, el Gleick o el Carl Hagenbeck, visitan la ciudad; de hecho, el circo es de las pocas actividades económicas que consiguen superar el aislamiento internacional del régimen de Franco. Empresarios como Juan Martínez Carcellé, Pedro Balañá o la sociedad Feijóo-Castilla, garantizan la presencia de las principales carpas europeas, en complicidad también con los circos ambulantes españoles de más prestigio, como el Británic Circus y el Circo  Royal de Bruselas de los hermanos Amorós-Sivestrini. En la Navidad de 1956, Carcellé organiza la celebración en el Palacio de los Deportes, en la falda de la montaña de Montjuïc, del primer Festival Mundial del Circo. La trapecista Pinito del Oro es la gran triunfadora de aquella primera edición. En el capítulo dedicado a los circos juveniles, el autor hace referencia a la presentación en 1966, en la Plaza de Cataluña, del circo Ciudad de los Muchachos del Padre Silva, la primera gran escuela de circo social que marcó a más de una generación. La competencia con otras fuentes de ocio es cada vez mayor, por lo que, en una extraña hibridación, el circo incorpora personajes de ficción de la televisión como Epi y Blas, Orzowei, Heidi, o actores cómicos como la gran Mary Santpere. Es el tiempo de los payasos de la tele de la familia Aragón. El libro concluye en 1979, cuando el Gran Circo Mundial de los Hermanos González o el Circo Ringland de los hermanos Raluy, con su flamante carpa instalada delante de la Sagrada Familia, toman el testigo, un año que el autor considera de cambio de modelo, de tránsito hacia nuevos presupuestos estéticos, ideológicos y comerciales, un año donde en Barcelona se vive en un estado de efervescencia desbordante. Pero esto ya corresponde a una segunda parte del libro.

En un momento actual en el que, siguiendo la estela de la Escuela Rogelio Rivel, de la propuesta socio-educativa y transformadora del Circ Social de Nou Barris o de la creación de La Central del Circ, en Barcelona se respiran aires de circo, este libro, publicado, no olvidemos, en el año 2015, parece más que oportuno. Actúa como espejo que nos muestra el contraste entre un pasado circense de esplendor y la realidad de un presente que lucha por sobrevivir. Y nos recuerda que, a día de hoy, esta ciudad, que dispone de varios teatros de titularidad pública, sigue sin tener un espacio, público, de exhibición estable para el circo.