Todo por la Corona (¡Adiós, Borbón!; El Borbón rojo; Un Borbón en el desierto).

AMESTOY, Ignacio
Madrid, Cátedra, col. Letras Hispánicas, 905, 391 pp. Edición de Fernando Doménech Rico.

Cristina Santolaria Solano
Todo por la corona, de Ignacio Amestoy

Ignacio Amestoy completa con Todo por la Corona la tetralogía que iniciara en Violetas para un Borbón. La reina austriaca de Alfonso XII, publicada, así como las obras presentes, en la prestigiosa Cátedra (Letras Hispánicas, nº 757) en 2015, con edición de Fernando Doménech Rico. No solo los actuales textos completan la tetralogía, sino que también el trabajo de Doménech, abordado hace casi una década, encuentra su continuación en esta.

Ignacio Amestoy es un dramaturgo sobradamente reconocido y valorado en la actualidad, con una trayectoria que se remonta al Teatro Estudio de Madrid –lo que ha hecho, entre otros motivos, que lo incluyamos en la denominada Generación del 821, que engloba a los escritores procedentes del Teatro Independiente que se dieron a conocer a públicos amplios en el primer lustro de los ochenta–  y que ha estado jalonada por premios tan importantes como el Nacional de Literatura Dramática, el Lope de Vega, en doblete, el Espinosa Cortina, de la RAE, el Ercilla, el Celestina, etc. y títulos tan incuestionables como Ederra; Dionisio Ridruejo. Una pasión española; Dª Elvira. Imagínate Euskadi; Gernika, un grito. 1937; ¡No pasarán! Pasionaria; Cierra bien la puerta, Alemania, La última cena, Lope y sus Doroteas y un largo etcétera de obras que no han pasado desapercibidas en los escenarios.

La publicación ahora presentada se inicia con una extensa introducción en la que Fernando Doménech completa la revisión de la vida y obra de Amestoy, que ya arrancara en su edición de La reina austriaca de Alfonso XII. Ahora repasa las últimas obras publicadas y/o estrenadas por el dramaturgo desde 2015, para dar paso a una documentada exposición de las coordenadas y referencias históricas esenciales del siglo XX, exposición imprescindible para un mayor acercamiento a los profusos –en nombres y citas históricas–  textos de Amestoy, para continuar con el análisis de las tres tragicomedias y terminar con una actualizada y completa bibliografía. Es necesario reincidir en que esta edición precisa, para una completa aproximación al autor y su dramaturgia2, de la introducción del primer volumen de la tetralogía, donde Doménech ofrece un agudo y detallado estudio de las obras y rasgos caracterizadores de la escritura del autor bilbaíno. Nada extraño, por otra parte, puesto que la tetralogía se inicia en ese primer libro.

Tras los tres textos, el volumen de Todo por la Corona concluye con un Epílogo firmado por el mismo Amestoy que sitúa la escritura de la tetralogía en su trayectoria, a la par que ofrece unas muy sustanciosas claves para desentrañar el significado de su obra y explicar el proceso de escritura.

La escritura teatral de Amestoy ha estado, durante una primera etapa, enmarcada en los parámetros de la tragedia –fuertemente enraizada en Euskadi–  y del teatro documento, pero en los últimos años, como muchos de sus compañeros generacionales, ha realizado, con éxito, incursiones en la comedia (Cierra bien la puerta, La puerta está abierta, Lope y sus Doroteas o Chocolate para desayunar). En Todo por la Corona, Amestoy, siempre deseoso de romper los moldes, se decanta por una tragicomedia que pretende desvelar el lado oculto de la dinastía borbónica desde la Restauración de 1875 hasta el siglo XXI (porque deja la puerta abierta a que la tetralogía se convierta en pentalogía), con un modelo de “teatro documento” que tan presente ha estado a lo largo de toda su producción. Aunque las numerosas referencias y antropónimos históricos configuran, o mejor, contribuyen a la estructuración de toda la tetralogía  –lo que ha obligado a su editor a facilitarnos casi 800 notas indispensables para el lector, por muy versado que esté en la historia y la actualidad–, no se trata de teatro histórico, porque Amestoy se ha tomado las libertades del creador: él no es un historiador al uso, sino un dramaturgo bien documentado que pone el foco en lo que considera necesario para la recreación de su protagonista, no importándole desdibujar, a veces, la realidad histórica: todo por el teatro. En este caso, la finalidad de sus recursos dramatúrgicos se ha encaminado a ofrecer un panorama dinástico en que todo se subordinaba a mantener la corona en la estirpe adecuada la dinastía borbónica.

Vayamos por partes. Aunque no conforme el volumen editado en 2024, no podemos obviar en nuestro repaso Violetas para un Borbón. La reina austriaca de Alfonso XII, el inicio de la saga que ahora publica Cátedra. Sobre una sólida base histórica, como hará en toda su tetralogía, Amestoy cimenta el “estigma teatral” del conflicto dinástico de Alfonso XII en su incapacidad para dar un heredero legítimo a la corona, cuando los hijos habidos con la cantante lírica Elena Sanz podrían ocupar este lugar. Rompiendo la realidad histórica, el dramaturgo, en aras a la teatralidad, concentra la acción en las últimas horas del monarca, horas en que la reina austriaca, gracias a la amante del rey y a Francesillo, logra concebir un hijo de este como último servicio a la corona.

Sobre un triángulo amoroso se sustenta, así mismo, ¡Adiós, Borbón! Las reinas de Alfonso XIII, aunque como telón de fondo aparece la tragedia de un monarca que ansía una monarquía no solo constitucional sino también representativa, pero cuya torpeza propicia la dictadura de Primo de Rivera y su propio exilio provocado por la instauración de la II República. Aquí el conflicto teatral gira en torno a los amores de Alfonso XIII con la actriz Carmen Ruiz Moragas, con la que tuvo dos hijos no reconocidos, frente a la descendencia hemofílica habida con Victoria Eugenia. Nuevamente, la verdad oficial frente a la verdad real o verdadera.

Diferente a las anteriores y a la que cierra la tetralogía es El Borbón rojo. La larga jornada del Conde Barcelona. La obra no pivota sobre unas relaciones adúlteras, sino sobre el destino trágico del llamado Juan III al ser desplazado en el trono por su hijo Juan Carlos por designio de Francisco Franco. Los vaivenes del Conde, derivados de las complejas relaciones con el dictador y con el entorno nacional e internacional, le harían acreedor, al igual que a su hijo, del adjetivo “camaleónico”. Su peripecia vital, su viacrucis particular, le hizo pasar de intentar unirse al bando sublevado a contemporizar con los opositores al régimen. En esta obra, como la referida a Juan Carlos I, entrevemos de forma más clara al Amestoy periodista e investigador, pese a que Las reinas de Alfonso XIII se estructuraba casi a base de títulos periodísticos.

Un Borbón en el desierto. Juan Carlos I, el camaleón es realmente la obra de esa rancia estirpe de periodistas-escritores, de personas que conocen los entresijos de esa Historia que se nos oculta a la mayor parte de la población. Aunque el texto gira en torno a los amores y negocios con Corina Larssen, entraña un mayor interés el profundo conocimiento del Golpe de Estado de 1981 protagonizado por Tejero, y en el que el papel del rey, pese a lo que afirma el relato oficial, fue sumamente ambiguo.

La esencia de la tetralogía Todo por la Corona es el desvelamiento de la verdad no oficial, pero en estas cuatro obras hay una serie de elementos que juegan un papel tan primordial como el mismo tema. Uno de ellos es la figura de Francesillo, bufón de la corte de Carlos V, que traspasa con su potente presencia toda la tetralogía, haciendo avanzar la acción, pero actuando casi a modo de coro de tragedia clásica: no solo es el contrapunto del Borbón, sino que, en muchas ocasiones se convierte, así mismo, en la conciencia del país. Se ha repetido en esta edición, pero también en las críticas que generó el estreno de Violetas para un Borbón, la relación con Valle-Inclán y el esperpento, afirmación con la que coincido, pero no tanto por la visión de los  personajes, sino por la utilización de unas réplicas tensas y vivas, especialmente por parte de Francesillo, ese personaje emparentado con un crudo realismo cuasimágico por el que respira el alma de un pueblo hastiado y desconfiado del comportamiento farsesco y esperpéntico de quien debería ser un ejemplo para la sociedad.

Papel protagonista desempeña, así mismo, ese lenguaje barroco y muy literario en el que, al modo valleinclanesco, se insertan voces –incluso flagrantes anacronismos– no siempre acordes con el perfil de los personajes, voces pertenecientes a diferentes estratos sociolingüísticos. Y junto a este, Brecht y Beckett, quienes, junto a Buero Vallejo, se han convertido en referentes del dramaturgo a lo largo de su trayectoria. Los juegos metateatrales, la estructuración periodística, la horas del rezo monástico o las alusiones circenses, métodos todos ellos brechtianos y distanciadores que obligan al lector a ser muy consciente de lo que se le está contando y cómo se está haciendo. Y no digamos la intertextualidad con Esperando a Godot, presente en Un Borbón en el desierto.

Aunque no es el objetivo de Amestoy, porque sabe que necesita crear el conflicto que prefigura una obra teatral, de estas líneas creo se desprende la maestría con que ha sido diseñado el trasfondo histórico: el drama de Alfonso XII por dejar la corona sin descendencia en una España inmersa en fuertes vaivenes políticos, Alfonso XIII y sus ansias de alcanzar una monarquía representativa, el juego de Juan III, también camaleónico, el Golpe de 23 F, etc., hechos todos ellos diestramente manejados, dispuestos o insinuados para enmarcar el conflicto.

En la libertad, verdad y belleza afirma Amestoy sustentar su teatro y ello se advierte en Todo por la Corona en la indagación libre de la verdad oculta, indagación que también últimamente se ha llevado a los escenarios3, pero con una belleza y riqueza lingüística que convierten estas obras en manifestaciones literarias de extremo valor, pero que, dado el nivel de los productos teatrales que se exhiben mayoritariamente en nuestros escenarios, requerirán de gran habilidad para que lleguen al público. Fui testigo del estreno de Violetas para un Borbón en 1999, con un reparto de lujo en el que Paco Merino jugó un papel cardinal en el rol de Francesillo y una dirección esmerada de Paco Vidal, pero los tiempos han cambiado, y mucho, y se valoran los textos más “digeribles” y más afines al habla popular. Le deseo mucha suerte a Todo por la Corona. Se merece estar en los manuales de historia del teatro como parte de sus textos esenciales, pero también ser apreciada por esa sociedad que, con frecuencia, vive de espaldas a la realidad y no siempre por voluntad propia.



1 Las denominaciones de este grupo generacional, en el que incluiríamos, además de a Ignacio Amestoy, a José Luis Alonso de Santos, Fermín Cabal, Rodolf Sirera, José Sanchis Sinisterra o Lourdes Ortiz, entre otros, han sido variadas, como diversa ha sido la nómina de sus componentes, como ya expliqué en “¿Primera Generación de la Democracia? Sí, pero… no”, en Las Puertas del Drama, n. 0 (otoño1999).

2 Me permito recomendar, como hace Fernando Doménech, la introducción a Ederra y Cierra bien la puerta, de Eduardo Pérez Rasilla, también en Cátedra.

3 En esta línea de investigación sobre la dinastía borbónica, se han estrenado últimamente El rey (2015), de Alberto San Juan; Alfonso el Africano (2021), de Club Canibal, o Historia del Ferrocarril (2022), de Joan Yago.