Mineros
CONDE, Carmen y María CEGARRA SALCEDO
Edición de Fran Garcerá.
Madrid, Torremozas, 2018, 145 pp.


Mineros

Es un placer presentar un texto para mí lleno de recuerdos de la investigación iniciada cuando Mariano de Paco y yo nos sumergimos en la ingente cantidad de escritos teatrales inéditos de Carmen Conde para realizar el artículo sobre su obra dramática (“Carmen Conde, autora dramática”) que había de formar parte del catálogo de la Exposición Carmen Conde, voluntad creadora (1907-1996), que se realizó, comisariada por el Dr. Francisco Javier Díez de Revenga, para conmemorar el centenario de su nacimiento. Los responsables del Patronato Carmen Conde-Antonio Oliver (su director Dr. Cayetano Tornel y las técnicas Caridad Fernández e Isabel Ortuño) pusieron a nuestra total disposición, con la eficacia y cordialidad que siempre los ha caracterizado, todo el material de que disponían y sus propios conocimientos para facilitar la investigación. Desde estas páginas felicito a tales personas y a la editorial Torremozas por el nuevo y valioso logro en el camino de visibilizar la obra dramática de Carmen Conde, poniendo ante el público lector la edición de esta curiosa pieza, aderezada desde la introducción de Fran Garcerá con algunos de los ejemplos de la controversia que tuvo lugar durante su escritura entre Carmen Conde y María Cegarra, y complementada con dos textos breves y un anexo fotográfico de las autoras.

Carmen Conde y María Cegarra aparecen en la edición como autoras del texto; ambas lo iniciaron pero, en el proceso de escritura, las sustanciales diferencias entre ellas dieron como consecuencia una ruptura, la desaparición de María en la coautoría, la remodelación del texto por parte de Carmen Conde y la adopción del mismo como propio. Así quedó firmado en el mecanoscrito que, en su momento, consideramos como definitivo y que se ofrece en esta edición.

Las dos poetas y amigas coincidían en sus preocupaciones sociales; sin embargo, diferían notablemente en su idea de otros aspectos de la vida y poseían estéticas muy distintas, como se aprecia en los escritos que se incluyen acertadamente en el apartado “Otros textos” de esta edición (117, 125), cuyo tema es el conflicto minero pero con un tratamiento que no deja lugar a dudas sobre las diferencias estéticas.

Aunque Carmen Conde alcanzó un lugar preeminente en la poesía, en el teatro solo logró espacio público en la modalidad de teatro infantil. Incluso alguno de los biógrafos surgidos con el centenario no consideró su faceta de dramaturga, por más que la autora mostrara su predilección por el género dramático e intentara denodadamente en su tiempo, sin conseguirlo, el estreno y publicación de Mineros.

En dos ocasiones llevó a cabo lo que analicé en 2008 como “teatro en colaboración”. La primera es la obra que nos ocupa y la segunda presenta un texto inacabado redactado con su íntima amiga Amanda Junquera, fechado en 1937 (Teatro de Amanda Junquera y Carmen Conde). En ambos se ofrecen ejemplos reveladores de su forma de creación dramática, de sus certezas y de sus dudas sobre temas personales y sociales.

De Mineros llegó a realizar seis copias (en “Criterios de edición”, p. 28 de la publicación que comentamos, se habla de cuatro). Para el artículo antes citado pude trabajar con cinco porque la sexta se encontraba ya en la Exposición sobre la autora, quien, por su parte, las había agrupado en tres versiones. La primera copia consultada estaba manuscrita con dos tipos de letra diferentes; en las demás, se alternan textos a mano y a máquina, notas marginales y correcciones de Carmen a textos de María. Las versiones proyectan, junto con la información que las cartas contienen, algunas luces sobre la controversia. Al frente de la pieza, y antes de las “Personas” (“Personajes” en la presente edición), Conde coloca un texto que cerraba la “2ª versión”, fechado en Murcia, en el invierno de 1937 (31), donde no alude a María.

A estas alturas, el posible lector de la obra que contemple estas líneas quizás se pregunte qué va a encontrar en ella. Mineros es encuadrable dentro del drama social de intención política, aunque, como es habitual en la escritora, están presentes también elementos autobiográficos y de fantasía poética, esta última instalada en personajes irreales o alegóricos, que interactúan con los procedentes de la realidad; se trata, pues, de un texto complejo.

El eje argumental se centra en la lucha de la protagonista (María) por defender los derechos de los trabajadores de las minas de La Unión, pueblo de la provincia de Murcia, como se indica en la didascalia inicial referida al “Lugar”; de ahí surge su radical actitud político-social; la que, según se deduce de la correspondencia entre ambas, tanto intranquilizaba a María mientras duró el proceso de colaboración y provocó el rechazo en la revista Ágora.

La obra contiene un claro homenaje a la familia Cegarra, con la que los Conde-Oliver mantuvieron una estrecha relación; quizás una disculpa para María, la inicial coautora; y, desde luego, están presentes muchas de las preocupaciones de Carmen Conde; entre ellas, el deseo de desligarse de las ataduras familiares y masculinas en su camino hacia la poesía, o el derecho a un amor, cualquiera que sea su origen y naturaleza. La expresión verbal de la pieza resulta, a veces, retórica o propagandística pero también contiene bellísimas imágenes producto del origen poético de la autora (o las autoras, ya que del cotejo de las copias se pueden apreciar rasgos expresivos de la poesía de María). Todos estos ingredientes actúan sobre la obra en un doble sentido: la enriquecen y la convierten en pieza necesaria para comprender mejor a la escritora y a la mujer de su tiempo, pero suponen también una grave dificultad al considerarla dentro de un canon teatral; no obstante, Carmen Conde eludió los cánones en varios aspectos de su vida y de su escritura.

De acuerdo con los múltiples componentes de los elementos temáticos y argumentales, existen tres bloques de personajes que corresponden a tres clases sociales, a tres maneras estéticas de composición del drama y a tres elementos diferentes del contenido.

Al primero pertenece la realidad, por el tratamiento estético de personajes y situaciones; a él corresponden María, Aurora, Leonor, Antonio, Miguel, El Padre, La Madre, los mineros y la masa de mujeres y chiquillos. El nombre de la protagonista coincide con el de la coautora, mientras que el de Aurora es el alter ego de Carmen en sus memorias (Por el camino, viendo sus orillas); Andrés, el hermano muerto de María, y Antonio, el marido de Aurora, obedecen a sus homónimos reales. Todos ellos sustentan el espacio autobiográfico de la ficción dramática. En las primeras versiones María figuraba como “Muchacha” y Leonor estaba englobada en el genérico “Mujer”. Con el nombre propio de la protagonista se disipan las dudas sobre la identificación del personaje con la hija menor de la familia Cegarra. En la obra, la visita de Aurora y Antonio a La Unión ofrece elementos de lo sucedido a los Cegarra con la terrible pérdida de su hijo, víctima de una larga y penosa enfermedad. El personaje presentado por María sufre entonces un cambio sustancial hasta convertirse, como en vida lo había sido Andrés, en defensora de los mineros sometidos y gran poeta del pueblo.

Por nuestra parte, hemos percibido en el trazado del personaje de María una cierta intención de reconciliarse con la antigua amiga, al convertirla en heroína de la lucha social. En este sentido parecen fundirse las dos personalidades femeninas (la de Carmen y la de María) en una sola que contendría a la poeta eminente e incansable luchadora, una mujer capaz de salir de su quietud para sacrificarse en aras de la justicia y en defensa de su pueblo, y a la joven indecisa que, impelida por los sentimientos indescifrables que Él ha despertado en su corazón y a la influencia interior que ejerce su hermano, se lanza fuera del ámbito doméstico y realiza el acto heroico.

El segundo nivel, el de la irrealidad poética, se integra por La Duda, que asaltará a Aurora y a Antonio al valorar a María como poeta; Él, entidad solo visible para María, identificada con la abstracción del amor, cuya edad coincide con la de Aurora; el hombre inmóvil, que representa al hermano muerto y la Voz que inunda el espacio de la casa.

En el tercer nivel se encuentran los poderosos: Don Eximio Potentado (en la versión anterior, El Único D. Eximio), emparentable con la corriente expresionista que ayuda a establecer en no pocos textos del momento las imágenes del poder, y sus colaboradores: López, Jiménez, Sánchez, Martínez e Ingeniero.

Las peripecias social, amorosa y poética de la protagonista sirven a Carmen Conde para hablar de sus propias inquietudes y de sus deseos personales; para establecer una relación ideal entre la joven poeta y ella misma, en un momento en el que su amistad se había visto afectada negativamente. Por otro lado, el contenido lírico y simbólico, que indudablemente lastra la teatralidad en muchos momentos, emparenta esta obra con otros dramas de Carmen Conde y con su poesía, en las bellas imágenes que salpican el texto.

En las acotaciones se percibe que Carmen Conde posee una inalterable vocación escénica. Dichos textos contienen indicaciones funcionales para la puesta en escena con precisas indicaciones sobre los espacios escenográfico y sonoro; los colores del vestuario y los matices de la luz: el negro que viste la familia del difunto poeta, y el blanco por el que se cambia el traje de María en su encuentro con Él; el verde de la luz que tiñe las caras de los obreros expectantes. Las luces avisan también de la inmersión en el mundo del subconsciente o de la presencia del conflicto.

La obra comenzaba en las primeras redacciones con la intervención de La Voz; en la edición, como en el ejemplar definitivo de las copias, el primer cuadro del acto primero lo ocupa el conflicto social, cuando los mineros convertidos en mendigos acuden a pedir a María ayuda para que medie por ellos ante el capital. Las reticencias de alguno de los mineros provocan en otros el discurso sobre los valores femeninos, cuya defensa llevó a cabo siempre Carmen Conde. La violenta arenga final contra la iniquidad del capital, la permisividad del gobierno y el derecho a tomar por la fuerza lo que se niega en justicia resulta impensable en la expresión de Cegarra, aunque es fácilmente asimilable a la actitud combativa de Conde.

Es esta una pieza teatral atípica, interesante, a veces confusa pero necesaria porque da a conocer un texto dramático que muestra el esfuerzo de la mujer para acceder a espacios que muchos ya poseían.