Halma
GARCÍA SERRANO, Yolanda
Madrid, Centro Dramático Nacional, 2019, 88 pp.

Halma. GARCÍA SERRANO, Yolanda

HALMA.– En esta dictadura que comienza, mi elección es desaparecer.

MANUEL.– ¿Y tu pasión? ¿Y la vida que aún corre por tus venas?

HALMA.– La llevaré conmigo hasta el fin de mis días.

Yolanda García Serrano, Halma.

La dramaturga Yolanda García Serrano (Madrid, 1958) fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2018. Al año siguiente estrenó Halma, un auténtico homenaje a una escritora olvidada: Halma Angélico es su pseudónimo, María Francisca Clar Margarit su nombre real; una mujer que escribió novela, ensayo, teatro y que participó en algunas de las revistas más relevantes de la Edad de Plata. Yolanda García Serrano es la escritora del texto y la directora de la representación, que tuvo lugar en la Sala El Mirlo Blanco del Teatro Valle-Inclán en febrero de 2019.

Nos encontramos en el año 1938, en el hogar de la protagonista, Halma, en un Madrid de bombardeos, fugitivos y revueltas. La trama dramática está asentada en un acalorado diálogo de los dos únicos personajes que conforman esta historia: la propia autora, protagonista, y su actor y director de escena, llamado Manuel. La primera, descrita en la dramatis personae como “autora teatral. La única que estrenó en 1938, en plena guerra civil”. El segundo, “protagonista y director de Ak y la humanidad, la obra estrenada en plena guerra civil”. El inicio del drama, in medias res, se contempla como una situación aparentemente liviana, intrascendente, una típica visita de un amigo. Sin embargo, lo que comienza siendo una charla acerca de la caída del cabello acabará convirtiéndose en un candente debate acerca de la retirada de su obra teatral de la cartelera, Ak y la humanidad. La relevancia de la obra de García Serrano radica en tres pilares fundamentales, muy recurrentes en la escena actual: la crítica artística –recepción y tratamiento de las obras del creador hacia el crítico y el público–, el feminismo –concepción de la mujer escritora en los años treinta– y las circunstancias de una obra literaria –concretamente, el género teatral– en plena guerra civil.

Con respecto al asunto de la crítica, Manuel insiste a su amiga y compañera en que no debe retirar la obra de la cartelera, independientemente de cuál fuera la crítica profesional, pues el público aplaudió gozosamente su creación. Asimismo, su primera defensa es interesante desde el punto de vista del género dramático: considera que Halma no posee la totalidad de derechos sobre su obra al ser Manuel el actor, esto es, la persona que convierte las palabras en acto. Constituye una gran reflexión sobre la teoría del género teatral, la conversión lorquiana de la poesía que se levanta del libro y se hace humana:

MANUEL.− […] El texto solo son palabras en un papel. Lo que hay ahora es un trabajo que yo, escúchame bien, ¡yo! he puesto en pie. Y si no fuera por mí y el resto de la compañía, tu obra sería un montón de papeles sobre una mesa.

[…] Tú no puedes retirar del escenario algo que no es tuyo.

HALMA.− ¡Sin texto no hay función!

MANUEL.− ¡Y sin actores no hay texto!

HALMA.− ¿Pero cuál es el origen? ¡La obra!

Sin embargo, el problema que relata la autora es que la crítica calificó su obra de plagio, a pesar de que ella misma había declarado que su creación consistía en una adaptación de un cuento ruso. La visión de la crítica frente al autor y su creación también ha sido dramatizada por Juan Mayorga en El crítico: hasta qué punto la obra creada es completada en significado por el crítico, y hasta qué punto la creación está por encima de su creador. El propio Manuel reconoce el dominio cultural de los críticos: “deja que critiquen. No les des más poder del que tienen” (33).

Si tales consideraciones obstaculizaron sobremanera la continuidad del éxito de esta dramaturga, los problemas para Halma fueron duplicados en tanto en cuanto es escritora, es decir, mujer, una mujer con una obra de claros objetivos progresistas y moralizadores. Así, inserta el tema de la escritora en un mundo de hombres: “te lo vuelvo a repetir: si fuera un hombre no estaría en esta situación” (52). La denuncia social al patriarcado va más allá de la literatura, pues Halma se lamenta de que fuera denunciada por sus propios círculos de amistades y por círculos políticos que compartían su ideología. En definitiva, la cuestión sobrepasa lo meramente artístico, la crítica social no es tanto por lo que la obra representa en sí misma, sino porque esas palabras y este mensaje son escritos y representados con voz de mujer:

MANUEL.− ¿Y todo eso porque eres mujer?

HALMA.− Exacto.

MANUEL.− Lo que les ofende no es tu condición femenina, sino las palabras que han salido de tu intelecto.

HALMA.− Me vas a decir ahora que a hombres y a mujeres nos juzgan por el mismo rasero. ¿Sabes cómo nos llaman a las del Lyceum? Criminales y desequilibradas. Iguala eso.

[…]

MANUEL.− Te gusta mucho enfocar el problema en la opinión de unos pocos en lugar de destacar a los muchos que hablan bien de vosotras.

HALMA.− ¡Es que solo a un grupo de tarados, hombres, se les ocurre llamarnos excéntricas a nosotras por ser mujeres y querer ampliar la cultura!

Efectivamente, la dramaturga madrileña recoge un testimonio verídico de lo que suponía ser mujer en la cultura de principios del siglo XX. Y, en este caso, el asunto es más escabroso recordando que nos ubicamos en el año 1938, en mitad de una guerra civil y en el centro de un Madrid asediado y plagado de violencia. Inimaginable, por tanto, creer que una mujer podía alumbrar con su intelectualismo en aquellas circunstancias. Pero, al final, Halma Angélico fue la única mujer que representó en plena guerra.

El tercer foco temático, como se ha anticipado, es la concepción de la literatura en plena guerra y, concretamente, del teatro. El período de la guerra civil recoge testimonios de obras teatrales (de ambos bandos) escritas únicamente con intención propagandística, ya que muchas de ellas ni siquiera gozan de calidad estética. En la obra de Halma, la intencionalidad moral radica en que la educación y el amor son las salvaguardias del progreso, la libertad de la humanidad. Precisamente por ser este su mensaje, Manuel quiere convencer a Halma de que su obra debe representarse, pues cumple una función regeneradora. El teatro se convierte en un arma cargada de futuro:

HALMA.− El pueblo de Madrid bastante tiene con vivir en una ciudad asediada donde a veces caen bombas que te rompen en mil pedazos.

MANUEL.− Y tú les has dado algo en qué pensar. Más que eso, les dices que el amor es el único camino. Buscar el bien en la humanidad. Les das con cada representación la mejor lección que nadie pueda dar jamás.

HALMA.− ¿No eres tú ahora quien me da demasiada importancia?

MANUEL.− Quizá sí, pero es lo que opino. No salimos a escena solo para entretener, salimos para mostrar una sociedad que tiene remedio.

HALMA.− Me espanta la capacidad de destrucción que tiene el ser humano. Nunca me acostumbraré.

MANUEL.− Piensa en tus enemigos. Retirando la obra les das la razón.

De la misma forma, la autora contrapone el teatro más comprometido, político-social, frente al teatro burgués de mero entretenimiento. El teatro de Halma no se concibe como distracción, sino que su dramaturgia lleva consigo una denuncia social, una carga ético-moral y, precisamente por ello, fue considerada como una mujer “contrarrevolucionaria” y, su teatro, como censurable en la década de los treinta. Halma es plenamente consciente del final que sufriría su pieza dramática y, sobrepasada por la presión a la que fue sometida, optó por su cancelación. No obstante, Yolanda García Serrano pone en palabras de su protagonista un mensaje valiente, alentador y esperanzador:

HALMA.− En esta dictadura que comienza, mi elección es desaparecer.

MANUEL.− ¿Y tu pasión? ¿Y la vida que aún corre por tus venas?

HALMA.− La llevaré conmigo hasta el fin de mis días.

Efectivamente, María Francisca Clar Margarit no abandonó la ciudad de Madrid. Pudo haberse exiliado, como hicieron otros muchos intelectuales y artistas, pero ella jamás quiso dejar la ciudad que “[amó] hasta el sacrificio de no haberla querido dejar en sus horas de agonía, con fe absoluta en su resurrección final” (85). Desafortunadamente, Halma fue encarcelada y, en absoluta soledad, pasó sus últimos días. En conclusión, un desolador testimonio de una mujer que se vio coaccionada a abandonar su vocación de escritora por no poder gozar de la libertad de la que disponía el sector masculino.

La dramaturgia actual demuestra estar plenamente volcada en la reconstrucción y deconstrucción de la literatura, y no solo Yolanda García Serrano destina su talento teatral a la recuperación de grandes figuras literarias e históricas, pues Juan Mayorga, Alberto Conejero o Laila Ripoll también dedican numerosas piezas a homenajear a ilustres personajes de la historia literaria o a tratar asuntos de harta importancia en la actualidad como la memoria histórica o el feminismo, entre otros. Así, la obra de Yolanda García forma parte de este conjunto de la dramaturgia del siglo XXI, una dramaturgia combativa y revisionista.