Análisis de la cartelera de Madrid y Barcelona

EL TRIUNFO DEL TEATRO FÁCIL

Una evidencia incontestable se impone tras el análisis de las carteleras madrileña y barcelonesa de 1940: la abrumadora presencia de espectáculos cómicos, revisteriles y zarzuelísticos o cómico-líricos, con casi testimoniales asomos de dramas y tragedias, ya sean del repertorio clásico o del teatro de tiempos actuales.

La crítica se quejaba, una y otra vez, del pobre nivel del teatro español. Con motivo del estreno de una de esas obras que se elevaban notablemente por encima de dicho nivel, Espuma del mar, de J. I. Luca de Tena,  Acorde arremetía en Hoja del Lunes contra el “yermo de la escena actual” y el “rastacuerismo teatral que ya se hace insoportable”, y afirmaba que “al teatro se puede y se debe ir a algo más que a soportar retruécanos, conflictos burdos de celos mal reprimidos y pasiones plebeyas, o emplebeyecidas adrede, para más achabacanar el gusto del pueblo”. La pieza se había estrenado en el Lara, uno de los locales madrileños más amigos del teatro serio: Benavente, por ejemplo, encontró en él su habitual refugio y la comedia menos chabacana se representó ahí con cierta frecuencia.

La revista era el blanco de los dardos más acerados. Mujeres a la medida fue motivo de la siguiente conclusión de Acorde en Hoja del Lunes: la contemplaron unos espectadores convertidos en “achabacanados testigos de algo que se podrá llamar como quiera llamársele menos... teatro”. La obra en cuestión se representó en el espacio habitual de estos desafueros, el teatro Martín, en el que variedades, y solo variedades, iba a ver el espectador de este tiempo.

Lo más degradado de la comedia no se salvaba de la repulsa. Es el caso del juguete cómico. Una de las obras más censuradas del año 1940 fue Celedonio se divierte, de Francisco Prada e Ignacio Iquino, representada en Fontalba, naturalmente por López Somoza. Al crítico de Arriba no le dolían prendas y, tras reprochar al actor que arrastrara al público con su exclusiva dedicación a género tan burdo, escribía que este había llegado “a la más hedionda estupidez”. Cerraba así su desahogo: “Obras como esta [son] para que rían toda clase de Celedonios. Siguen siendo un obstáculo enorme para la depuración del gusto del público”.

Las reseñas, en muchísimos casos, dejan ver ese cansancio de la crítica. La obra se analiza, de mejor o peor gana, en más o menos líneas, se elogia la interpretación en casi todos los casos y, en bastantes otros, se dejan caer comentarios como este del casi siempre moderado Araujo Costa, esta vez sobre Un marqués, nada menos: “Un juguete más en la Comedia. Muchas risas, mucho público, a buen seguro muchas representaciones y el verdadero teatro y el arte que exigiría la situación presente de España no en el puesto que fuera de desear”.

Entre el apenas existente drama (o comedia dramática) y el melodrama más del gusto del público había diferencias que la crítica se esforzaba en resaltar, como lo hacía Acorde en Hoja del Lunes cuando comentaba Cancela, de José Antonio Ochaíta y Rafael de León: “Una cosa es el dramatismo artístico, exaltado, y hasta violento, y otra llevar un estruendo de voces de manicomio, como si todos los personajes hubiesen sido atacados de epilepsia o mordidos por un perro rabioso. Y... todo eso, esos gritos, esas gesticulaciones, ¿por qué?...”. Dramas apenas había en la cartelera; melodramas, algunos… Los de Navarro y Torrado, por ejemplo, juntos o por separado. Pero no eran del agrado de la crítica. Sí, ciertamente, del público.

Y así discurrió el año teatral 1940, con profusión de revistas que burlaban la censura como podían, comedias líricas que no se sabía bien, ni siquiera después de vistas, si eran zarzuelas, revistas, andaluzadas o lo que su nombre decían que eran… Y muy pocas obras dignas del arte de Talía.

Documentos para la historia del teatro español

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