Obsérvese que, cuando Buero empieza a escribir teatro, tiene tras
de sí dos grandes estilos enfrentados: el simbolismo y el realismo (o neorrealismo,
como se le llamaba en aquellos años de postguerra). Ante la misma disyuntiva,
otros escritores de su generación y de la generación posterior optaron por uno
o por otro. Buero eligió lo más difícil: eligió el intento de llegar a una
síntesis de los dos, de llegar a lo que él mismo ha llamado "un realismo
simbólico". Esa elección, no siempre comprendida por los críticos al uso
(todavía hoy insisten algunos críticos en clasificarle, sin más, como un
escritor realista de postguerra) revela, de manera nítida, la clase de escritor
que es Buero Vallejo: un escritor exigente consigo mismo, sí; pero, por encima
de todo, un escritor conciliador, un escritor que asume y sintetiza anteriores
tendencias estéticas, sabiendo decantar sus múltiples posibilidades expresivas...
Un escritor conciliador, también, porque en su mensaje trágico y
político apuesta desde el primer momento por la convivencia democrática entre
aquellas dos Españas que se decían... irreconciliables.
(Ricardo Doménech, "Buero Vallejo y el camino de la tragedia
española" en VV.AA., Buero después de Buero, [Toledo], Junta de
Comunidades de Castilla-La Mancha, 2003, p. 132).