"La tragedia -ha escrito Buero Vallejo- no es pesimista. La tragedia no surge cuando se cree en la fuerza infalible del destino, sino cuando, consciente o inconscientemente, se empieza a poner en cuestión el destino. La tragedia intenta explorar de qué modo las torpezas humanas se disfrazan de destino". Así pues, la tragedia tiene un carácter abierto, en cierto modo optimista, y desde luego, esperanzado. Más aún, tragedia y esperanza son conceptos sinónimos o, en todo caso, inseparables: cara y envés de un mismo tejido dramático. Abundando en esta cuestión, insiste el dramaturgo:

Los hombres no son necesariamente víctimas pasivas de la fatalidad, sino colectivos e individuales artífices de sus venturas y desgracias. Convicción que no se opone a la tragedia, sino que la confirma. Y que, si sabemos buscarla, advertimos en los mismos creadores del género. Mas, al tiempo, convicción que abre a las mejores posibilidades humanas una indefinida perspectiva. Pese a las reiteradas y desanimadoras muestras de torpeza que nuestros semejantes nos brindan de continuo, la capacidad humana de sobreponerse a los más aciagos reveses y de vencerlos inclusive, difícilmente puede ser negada, y la tragedia misma nos ayuda a vislumbrarlo. Esta fe última late tras las dudas y los fracasos que en la escena se muestran; esa esperanza mueve a las plumas que describen las situaciones más desesperadas. Se escribe porque se espera, pese a toda duda. Pese a toda duda, creo y espero en el hombre, como espero y creo en otras cosas: en la verdad, en la belleza, en la rectitud, en la libertad. Y por eso escribo de las pobres y grandes cosas del hombre; hombre yo también de un tiempo oscuro, sujeto a las más graves pero esperanzadas interrogantes".

 

(Ricardo Doménech, El teatro de Buero Vallejo, una meditación española, Madrid, Gredos, 19932, pp. 39-40.

La cita de Buero Vallejo está tomada de: "El autor y su obra. El teatro de Buero Vallejo visto por Buero Vallejo", Primer Acto, 1 (abr. 1957), p. 5.

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